De Bruselas a La Habana ............ en patera
Estos días estoy asistiendo en mi pequeño y seguro mundo a una proliferación de muestras de disgusto social que me ha parecido oportuno darle una vuelta en la cabeza. Ese malestar está siendo diáfanamente expresado en múltiples ámbitos y lo motiva el escaso lapso de tiempo que se ha tardado en sustituir (y con menos miedo que vergüenza) al objeto de nuestro homenaje público: de desconocidos de a pie a desconocido famoso. O sustituir nuestro desprecio habitual hacia unas instituciones desprestigiadas ubicadas en un país sin identidad, por el más íntimo cariño por los residentes de un país sin identidad. Todos somos Bélgica pero las víctimas son de diez nacionalidades. Por otro lado, no nos asombra lo más mínimo que cualquier liberal, en aras del mercado libre, acepte la falsa inmigración que ahora soportamos (mano de obra baratísima aun cuando ciertos medios la denuestan por sucia, arrabalera y poco atractiva) pero no ofrezca nada suyo para ayudar a los necesitados de dentro.