A los anónimos
Es increíble la cantidad de tiempo que se puede dedicar a hablar. Inversamente proporcional a la que se dedica a razonar. Y directamente proporcional a la que se invierte en polemizar (que magnifica palabra si tuviera buen señor).
En las últimas semanas y en varios de los "blogs que frecuento" he visto florecer discusiones bizantinas (que no polémicas de verdad) al pairo de la crisis y sus fronteras, los espías de la TÍA y sus monaguillos, divertimentos cinegéticos (¿a quien se le ocurrió que eso era un deporte?), o el futuro de las organizaciones de defensa de los trabajadores (o como a mi me gusta llamarlos Sindicatos de Clase, los otros no merecen ni el apelativo). O la eutanasia pasiva a la italiana (o el derecho a una muerte digna que me digo yo).
Y la verdad es que me ha resultado chocante, después de bucear en la red buscando referentes, la cantidad de veces que ocurre los mismo: Un opinador (como yo, que tengo culo) suelta una parrafada en su cuaderno, lo leen varios colegas (probablemente afines ideológicamente), tienen sus más y sus menos y si se ven por la calle incluso se saludan cordialmente. Entonces aparece un "anónimo/español/ciudadano/etc" en la conversación y aprovechando que el Ebro pasa por Logroño despotrica contra todo lo que tenga un cierto ramalazo socialdemócrata (nuestros argumentos y nuestras ideas) tiñendo demagógicamente todo el material con varias capas de catastrofismo/desarmonización/desmembración/sangre/miseria. Y cuando el propietario del blog o sus asiduos se cansan y zanjan el post, la última palabra la suelta el ínclito intruso desconocido alegando que no sabemos razonar y no admitimos las evidencias.
Ya se que en manos de los administradores de los blogs está la herramienta para no publicar nada parecido a esos intrusismos, pero he llegado a la conclusión de que es mejor no hacerlo y en cambio aconsejar a todos los que me queráis hacer caso: Si los términos del comentarista anónimo no son excesivamente insultantes siempre es mejor publicarlos y no hacerles caso manteniendo la línea de la conversación con aquellos otros que, suficientemente identificados o no, utilicen los recursos intelectuales de que están dotados por definición los seres humanos (y no los orgánicos que tan buenos resultados dan en otros momentos de la vida) para participar en polémicas y discusiones a santo de lo que nos parezca conveniente.
© José Antonio Ferrández
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